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Actualizado el Viernes 26 de Mayo de 2017


“El Mayo que no nos Contaron”


Federico Andahazi, escritor, columnista de Le doy mi palabra, habló sobre la fecha de nuestra revolución.

Federico Andahazi: “¿Cómo era, por ejemplo, el criterio moral en aquellos días? ¡Qué poco sabemos y cuánto nos han ocultado desde la escuela en adelante!”

Es muy interesante pensar en cómo era el Virreinato en aquél mayo de 1810, en qué ambiente llegamos a ese movimiento emancipador, cómo se vivía en las aldeas de lo que más tarde sería la República Argentina. Y estudiando, investigando, encontramos que a este país siempre le ha costado mucho entrar en un camino de institucionalidad. A veces parece que nunca se hubiera terminado de fundar.
Pensamos, por ejemplo, cómo era vida de la gente puertas adentro. Miremos no la vida pública, sino la vida privada que alumbró a nuestros héroes y también a nuestros villanos. ¿Cómo era, por ejemplo, el criterio moral en aquellos días? Qué poco sabemos y cuánto nos han ocultado desde la escuela en adelante.


Tenemos la tendencia a imaginar una moral rigurosa, hombres rectos y mujeres sumisas. Pero no era así, al contrario; la moral era mucho más laxa. Te voy a contar cómo se vinculaban nuestros antepasados en aquella época virreinal y te vas a sorprender: Se cree, por ejemplo, que los hombres exigían que las mujeres llegaran vírgenes al matrimonio. Pero la verdad es que era muy frecuente que hombres y mujeres se casaran después de haber tenido varios hijos naturales de parejas anteriores.
Era muy común que los cónyuges y sus respectivas proles se unieran para convivir todos bajo el mismo techo. Eran muy usuales los concubinatos sin que hubiese casamiento o que éste se legalizara luego de que la pareja tuviese varios hijos.


De acuerdo con los padrones de la época y según surge de los registros parroquiales, la iniciación sexual de las mujeres, más allá de su estado civil, se producía a los catorce años. En fin, los patrones familiares de esta época eran bastante débiles y las uniones no estaban sujetas a las leyes del matrimonio ni tampoco a las del concubinato.

Los hombres se iban de la casa cuando se hartaban de su mujer y volvían cuando se cansaban de vagar de aquí para allá. Sucedía a veces que, al regresar, encontraban que su lugar había sido ocupado por otro (de aquí, tal vez lo de “La Patria es el otro”), en cuyo caso podían pelear a punta de cuchillo por su mujer y sus hijos o, al contrario, desentenderse por completo.
A los ojos de los viajeros europeos, el modo de vida de los criollos era de un desarreglo incomprensible. Escribió Félix de Azara con indignado asombro:

“Lo común es dormir toda la familia en el propio cuarto, y los hijos que no oyen un reloj, ni ven regla en nada, sino lagos, ríos, desiertos y pocos hombres vagos y desnudos corriendo tras las fieras y los toros. No hacen alto en el pudor, ni en las comodidades y decencia. Deberían los eclesiásticos gritar sin interrupción contra los pestíferos vicios, persuadiendo además que el trabajo arreglado es una virtud que hace felices a los hombres”.

Un viajero inglés de la época, de paso por nuestras pampas, considerando la situación moral, a sus ojos disoluta, en el marco de aquel paisaje tan agreste y llano, fue aún más contundente:
“Si me viese obligado a vivir en estas tierras, sin dudarlo me colgaría de un árbol, suponiendo que hubiera árboles adecuados para tal fin.”


Esta descripción se ajustaba a las clases bajas y a los sectores rurales. Veamos ahora cómo era la moral en la cima de la pirámide económica de lo que habría de ser, años más tarde, la República Argentina. Lo más característico de estos sectores era el ocultamiento, la doble moral y, ante todo, el cuidado de las apariencias. Por ejemplo, frente al inesperado embarazo de la hija soltera de un matrimonio de abolengo, el procedimiento usual era, en primer lugar, retirarla de la mirada pública escondiéndola fuera de la casa. El segundo paso era buscar, cuanto antes y a cualquier precio, un marido. Si las cosas salían bien, se hacían con prontitud y la distancia entre el casamiento y el parto no era escandalosamente breve, no existían motivos para preocuparse. Si, en cambio, demoraban demasiado en encontrar un candidato, mantenían oculta a la muchacha hasta el momento del parto y entregaban la criatura en adopción a alguna criada.


Sin embargo, en muchos casos, el hijo en cuestión, al llegar a la adultez, descubría la farsa. Hay varios expedientes judiciales que dan cuenta de estos casos, dignos de una novela.
Luego de la muerte de una tal Juana Benavides, se hizo presente Felipe Guevara ante la justicia para exigir su participación en la herencia. Según afirmaba, era hijo natural de la difunta. Dice: “Los públicos rumores que unidos a fundadísimos recelos había tenido yo desde mi infancia de ser su verdadero hijo, nacido de su propio vientre en tiempo de soltera. Descubierto el enigma de mi origen cuya realidad han tenido sepultado”.


Y en muchos casos, así han mantenido a la historia: sepultada.


Como siempre digo, no puede comprenderse la historia de una nación si se desconocen las trama de relaciones que lo gestaron, literalmente. La historia de la vida privada es, finalmente, la que originó la vida pública. La doble moral, la hipocresía, la distancia entre lo que se dice y lo que se hace es, a fin de cuentas, la matriz de este país que, por momentos, pareciera no animarse a refundar sus instituciones. Pero como en aquel 25 de Mayo, existe un pueblo que todavía está dispuesto a cambiar.

Por Federico Andahazi para Radio Mitre


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